A veces hay que tener alguien con quien hablar, sea un amigo, psicólogo, coach o pareja. En estos días de fiestas religiosas para la comunidad judeo-cristiana solemos darle a los regalos y a la comida una posición de privilegio. Puede ser la invitación a un almuerzo, que puede proseguir con una cena y hasta un desayuno. Pero antes de regalar o comer, vale reflexionar si la gente está durmiendo bien porque la gente con insomnio no despierta ni sueña. Debe ser bravo no soñar.
Antes de despertar, no suelo remolonear ni vacilar y pienso sólo en mi agenda para ese momento. Debo ir adonde tengo que ir y no me dejo dominar por mis estados de ánimo si tengo que hacer. Imaginen si todos nos quedáramos prendados por lo que la imaginación nos trae, así sea un momento de felicidad o de angustia. En estos tiempos donde dominan los torbellinos emocionales, la ducha tibia de la mañana nos quita todas las pesadumbres o estados perezosos de la cabeza. A veces pienso qué pasaría si me dejara llevar por esas vidas no vividas que imagino o por esas relaciones que no fueron ni serán que suelen sobrevenir en los momentos de quietud y reposo.
Lo que sí debe ser es la hora del desayuno, que es la comida más importante del día. Cada vez se sabe más los efectos nocivos del gluten en nuestra vida y muchas personas consumen harinas e hidratos de carbono como una forma de inyectarse de energía y agregarse enfermedades. Otros desayunan cereales y frutas que los activa de forma más sana. El desayuno puede ser también el momento más arriesgado del día porque ahí llega la pausa y la reflexión antes de empezar con las actividades del día.
Sin duda, madrugar nos renace, cierta humedad en el cielo, el silencio de las calles, los locales que aún no abrieron sus puertas, cierta inquietud por lo que se viene, parece que algo emerge que nos puede hacer reír o llorar. El desafío que tenemos cada uno al despertarnos es estar a la altura de nosotros mismos y aprender a perdonarnos cuando no nos percibimos tan bien.
Nos queda el otro que nos ayude a estar mejor, que nos devuelva un buen espejo de nosotros mismos, que valore y respete nuestras diferencias. Y con ese otro hablar de una forma que no sea sólo pasarse noticias. La escucha a lo que el otro me dice lleva a la unión y cuando callamos para escuchar, retiramos las palabras y abrimos ese espacio de espera y de lucimiento del otro. Cada vez que hablamos con alguien, estamos siendo generosos y de ese modo estamos queriendo al otro.
Cada diciembre ruego que la gente deje de atiborrarse de palabras, de comida, de compras y de compromisos que no quiere y se permita renacer. Cada año hago este pedido y se ha vuelto uno de mis Greatest hits: comprar menos, conectar con los que queremos y reconectar más con lo inesperado. Tenemos los ocho días de la celebración de la Janucá si profesamos la religión judía. Tenemos desde el 8 de diciembre al 6 de enero para conectarnos con lo mejor de nosotros en Navidad, Fin de año y Reyes Magos si somos católicos.
En realidad, para nosotros estas fechas son la oportunidad para equilibrarnos y dejar de entregar cosas materiales y pasar a entregar más historias y más momentos con sentido, tanto a adultos como a los niños.
Sé que es difícil controlar el exceso de regalos a nuestros hijos pero si lo hacemos estamos mejorando su nivel de tolerancia a la frustración. Cada vez que un niño obtiene eso que pide, crece con esa idea que el mundo es así y quedará insatisfecho cuando el mundo le niegue algo.
Lola Rovati, directora de Bebés y más propone entregar sólo cuatro regalos a nuestros hijos: algo para usar(que puede ser una prenda que necesite), algo para leer, algo que deseen y algo que necesiten(puede ser la nueva mochila para la escuela). Con esta práctica anti exceso, estamos cultivando el verdadero valor de las cosas, les estamos dando rienda suelta a los niños para elegir y para discernir entre lo que quieren y necesitan. En mi caso, propongo que hagamos la misma práctica con nosotros mismos y con otras personas que nos acompañen en las fiestas. Incluso somos más efectivos si regalamos algo para usar o algo para leer o algo que esa persona desee o algo que necesite.
Quizá hemos de aprender a disfrutar otros modos de fiestas navideñas. Podemos ir creando otras condiciones y posibilidades. Puede que nos cueste pero nos costará menos cuando involucramos a nuestros seres queridos en estas decisiones. Cuando decidimos con otros no derrochar ni sobre regalarnos, la falta de exceso no requiere explicaciones. Podemos desear y tener disfrute sin necesidad de aglomeración de objetos materiales porque así podremos dormir, soñar y despertar sabiendo que somos lo que queremos.
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