En la política, las altas finanzas, los medios de comunicación, siguen reinando los varones. Pese a ello, las mujeres han ganado espacios y alguna que otra huella dejan en la subjetividad masculina en cuanto a las relaciones de poder. Algunas estrategias masculinas para resistir este progreso femenino que no siempre agrada es tratar de conservar los clásicos feudos de poder. Esto se lo puede ver en esas organizaciones laborales típicamente masculinas, donde las mujeres para poder ocupar los puestos más elevados se encuentran que deben asumir un carácter masculino para triunfar en el mundo de la empresa.
De esta manera, podemos ver mujeres con una postura fría, distante, reservadas. También podemos ver mujeres empresarias que reaccionan escandalizadas cuando alguna de sus trabajadoras queda embarazada y deben cancelar su etapa productiva.
Fuera del mundo de la empresa, surgen varones que no asumen este avance de las mujeres. En Estados Unidos se produjo este fenómeno de la reacción, donde en algunos sectores conservadores se trató de convencer a las mujeres que vuelvan al hogar y a la crianza de los niños porque les habían sucedido "cosas horribles" en estos años por los avances de las mujeres, especialmente en la esfera pública.
En este abanico de hombres posibles, aparecen también los hombres solidarios que consideran esencial el crecimiento personal y profesional de la mujer. Entre las peculiaridades de esos varones, está el de afirmar su deseo a que su mujer trabaje, que vaya al gimnasio y que no dependa de su tarjeta de crédito para comprar sus necesidades.
Pero aún este grupo de varones, que celebra a esta mujer que participa en política y accede a puestos de poder, no está exento de cierto grado de perplejidad. Recuerdo una charla que tuve en una ocasión con la psicoanalista argentina Irene Meler, que me comentaba una anécdota en la que había tomado conciencia de la galantería masculina como una estrategia para superar el incómodo avance de las féminas. Meler consideraba que cuando el hombre se siente desorientado ante la presencia de una mujer en una situación de poder, busca sexualizar el vínculo. La intención parece ser la de transformar el vínculo que es político, económico, laboral, en un vínculo erótico. Pero en realidad la intención latente es una intención de dominio, es decir: recordar a las mujeres que son en última instancia su tradicional objeto de deseo. “Esto lo vi una vez que tuve que estar en una entrevista con un ministro de una localidad del interior de Argentina, donde recibió a una delegación de mujeres que veníamos en una misión especial. Él nos dijo una galantería, no me acuerdo exactamente, pero fue algo así como qué hermosas mujeres que adornan el despacho, y a mí me resultó claro que él se sentía extraño, desconcertado por tener que dialogar con mujeres que venían a interpelarlo políticamente; entonces sexualizó el vínculo para retomar la tradicional posición de hombre”, recordaba Irene Meler en la entrevista que mantuvimos en el año 2000 para el suplemento “La República de las Mujeres” del periódico La República.
En realidad, el conflicto existente entre varones y mujeres va más allá de inseguridades de unos sobre otros. Las tensiones existen en todo grupo humano: en el contexto familiar, laboral, social, político. El deseo y el amor no evitan la tensión y la lucha por el poder.
La capacidad amorosa tradicional estaba cimentada sobre la negación de este conflicto latente. El mejor camino para superar esta tensión es hacerla consciente. Cuando los dos géneros reconocen la posibilidad de amor, de compañía, de concepción de hijos, de creación de una familia y al mismo tiempo, la posibilidad de competir por el poder público, se aligeran las tensiones. En este marco, algunos hombres aceptan y comparten y en otros casos, resisten.
Además de emerger como figuras visibles en puestos de poder o en profesiones que en otros tiempos eran exclusivamente de ámbito masculino, la mujer viene demostrando una flamante autonomía en sus decisiones en el terreno emocional en cuanto a la pareja e hijos. La libertad de disponer sobre su sexualidad y de tomar decisiones sobre su derecho a elegir cuando ser madre son unas de las grandes reivindicaciones femeninas de los últimos tiempos.
En este contexto, surgen relaciones de poder entre los dos géneros. Mientras ellos parecen estar en una etapa de transición en los nuevos roles, donde las mujeres con poder provocan cierto miedo. Más que poder, la mujer ha conquistado cierto prestigio intelectual, una cierta capacidad de pensar y un reconocimiento profesional. Efectivamente, todavía las mujeres de la generación de los años cuarenta y cincuenta tienden a disimular o a pedir un poco de disculpa en caso de detentar un cierto poder porque parece surgir el fantasma de la “pérdida de la feminidad”.
En el siglo pasado, las mujeres más tradicionales y convencionales podían ostentar eso que se llamaba el poder de los afectos. La mujer se está encontrando con un poder simbólico, el poder de apropiarse de las palabras, el poder de enunciar qué quiere, qué siente, qué desea y de formar parte de un colectivo más amplio que puede sostener y acordar con ella y encontrar afinidad de varones y mujeres. Hasta ahora los enunciados principales estaban hechos por los varones, o por mujeres herederas de la palabra masculina.
Posiblemente en España, el progreso de la mujer se haya dado de forma más visible y brillante que en otros países de Europa donde los cambios se han dado de forma paulatina, tras varios años de luchas de muchos organismos de derechos humanos. Tras la salida de la dictadura en 1975, España comienza a salir del ostracismo cultural y social en el que se encontraba y se da una proliferación de movimientos culturales, el surgimiento del destape, la libertad de prensa y una evidente sublevación de la mujer de sus roles tradicionales. Esto también ocurre en países de América, como Argentina, Chile y Uruguay.
Mientras treintañeras argentinas, españolas y uruguayas postergan la pareja y la maternidad, los hombres van cambiando de piel. Algunos muestran cierta resistencia a la asunción de esos cambios. Todo cambio implica un duelo y un proceso inevitable. Y los avances no impiden estereotipos arraigados y ciertas contradicciones. Por tanto, queda aún mucho camino por andar para lograr la tan mencionada equidad e igualdad de oportunidades. Y si queda alguna duda de esto, los dejo con una conferencia que impartí en 2010 donde hablo de este tema apasionante que se da entre la relación de hombres y mujeres.
Comments